domingo, 27 de abril de 2008

Los partidos en España (segunda entrega) II - El partido progre-sista

Continuando el repaso a los partidos que tenemos, me refiero al que antes se conocía como Partido Socialista Obrero Español, aunque ahora casi nadie lo llama así. No voy a entrar en el viejo asunto de las letras que ha ido perdiendo, sino en la evolución que ha seguido desde su éxito poco tiempo después de los inicios de la democracia española. Recuerdo la gran ilusión que supuso para una buena parte de la sociedad su histórico triunfo electoral de 1982. Por primera vez después de la dictadura, el centro izquierda iba a gobernar. A su trayectoria le debemos buena parte de los avances que nos convirtieron en una sociedad moderna. Sin embargo, durante ese primer período de varias legislaturas seguidas en el poder, se fue gestando un panorama de corrupción generalizada que salpicó a responsables de muchas instituciones del Estado. El partido no reaccionó como debería haberlo hecho, limpiando su seno y depurando responsabilidades sino más bien al contrario, cerrando filas y tapando las vergüenzas. Así contribuyó a introducir en la práctica política habitual la costumbre de no dar nunca la razón al otro aunque la tenga y de alinearse ciegamente con el partido por encima de la honradez y hasta de la conciencia. Como consecuencia de ello, con el sectarismo ya implantado, la ilusión ciudadana se convirtió en desconfianza hacia los políticos. Cuando ocho años después de haberlo perdido regresó al poder, efectivamente ya había cambiado. Sus estrategas se habían dado cuenta de que el bipartidismo nacional asimétrico le sería muy favorable. Para alcanzar el poder y conservarlo cultivó el sectarismo anti-derecha, así como las buenas relaciones con los partidos nacionalistas muchas veces a cambio de dejación en la defensa del Estado. En realidad estaba renunciando no sólo a su ideología, sino también a las ideas y a los principios. Todo ello fue sustituido por una especie de progresismo de pacotilla, donde se mezclan el talante, el nacionalismo autonómico a la carta, el acercamiento a los terroristas, el antiamericanismo, la discriminación positiva, las peores compañías internacionales y otras muchas inconveniencias más. Eso de cara al exterior, como medida necesaria para marcar ante el electorado las diferencias con su rancia oposición. Sabedores de que obteniendo el voto de más a su izquierda y las simpatías de los nacionalistas enemigos del el PP, este nunca podría ganarle, se lanzó también a esa labor. Bien es cierto que aquellos (IU y nacionalistas) se lo pusieron fácil, pero eso lo trataré cuando hable de ellos. En la labor institucional, la renuncia a los principios ha resultado demoledora. Cosas tan necesarias como la igualdad de derechos de los ciudadanos españoles de unas comunidades a otras, la defensa del estado de derecho y la independencia del poder judicial, entre muchas más, se han visto seriamente perjudicadas.

En la situación actual, lo que más llama la atención es la monolítica apariencia del PSOE. Tan grandes renuncias intelectuales y tanto vaciamiento de contenidos no parecen haber hecho mella entre sus filas. Claro que, a diferencia de lo que ocurre en el PP, haber ganado las elecciones une mucho a un partido. Durante esta legislatura, ya empezamos a asistir a un espectáculo de ocurrencias, supuestamente progresistas, aunque se quedan solamente en progres. Lo que mucho me temo es que el PSOE no tendrá la valentía de acometer las reformas que se necesitan en España, para restablecer la igualdad entre los españoles, revitalizar la economía y acabar con la división sectaria que se nos ha impuesto. Lo que buscará es aquello que le permita conservar el poder una vez más, sin preocuparse de lo que se pierda por el camino. En cuanto a la legitimación procedente de las urnas, nadie debería olvidar y mucho menos ellos, que los españoles estábamos eligiendo hasta ahora entre lo mediocre, lo malo y lo peor. Tanto es así que hubo quienes decidimos crear un partido nuevo porque ninguno de los anteriores merecía nuestra confianza.

sábado, 19 de abril de 2008

Los partidos en España: I - El partido de la derecha

Comienzo hoy con un pequeño repaso a los partidos que tenemos en nuestra España. Que sea el PP el primero en desfilar no tiene ni siquiera una razón geométrica: es que me encuentro un tanto perezoso y prefiero empezar por lo más simple. Y conste que la simpleza no tiene en sí misma ni virtud ni desde luego vicio, sólo es simpleza. ¿Por qué le atribuyo esa cualidad? Intentaré aclararlo. En el reciente proceso electoral ha culminado de salir la esencia del mensaje popular: Zapatero es malo para España y debemos sustituirlo, evidentemente nosotros. Aunque yo pueda estar de acuerdo con la premisa de la ineptitud, no pasan de allí mis coincidencias. El Partido Popular está instalado en el poder en muchas de nuestras instituciones. Hace cuatro años terminó su período de gobierno, que duró dos legislaturas y una de ellas con mayoría absoluta. No voy a desgranar aquí el rosario de despropósitos que lo llevaron a perder las elecciones. Su ejecutoria en el poder fue una suma de aciertos y errores, actitudes prepotentes y, sobre todo, interés por conservarlo. Así, no importó que en Cataluña se iniciara la marginación del idioma español, tampoco que en el País Vasco se perdiera la solidaridad fiscal. La escasez o incluso ausencia de democracia interna propició episodios como la tan traída y llevada designación del sucesor de Aznar, eso sí, cuando tocaba. Lejos de analizar y mejorar el sistema autonómico, el partido se adaptó a él de forma egoísta, propiciando el nacimiento de los barones regionales. Estos se configuran como la mezcla del poder fáctico local (en algunos casos tremendos como en Galicia) con las bendiciones del aparato central (o las maldiciones en el caso catalán de Vidal Cuadras). Por otra parte, es justo reconocer que la sencillez también tiene una buena cara. Nada más sencillo y más noble que el ánimo valiente de quienes arriesgaron y arriesgan su vida allí donde el terrorismo la pone en peligro. Sin embargo, no consiguen poner en valor esa imagen ante toda la sociedad. Los estrategas populares insisten en conquistar un centro que se les escapa. Intentan una y otra vez estirar el partido como si de un chicle se tratara, sin renunciar al voto de la derecha tradicional. Esa forma de querer ganar terreno arrinconando al PSOE hacia la izquierda es un vano empeño, que les lleva a ellos a perder las elecciones y a nos condena a todos a un estéril bipartidismo. Así, como efecto secundario, se provoca el descontento generalizado en cualquier militante que quiera pensar y hacer política más allá del rechazo antes a Felipe, ahora a Zapatero y la adhesión aparentemente incondicional al líder popular de turno. ¿Es el PP un partido liberal? Mis amigos liberales dicen que no, aunque algunos militan en él. ¿Es de derecha conservadora? Sus mismos líderes lo niegan. ¿Qué aglutina al PP? Para los cargos, el poder serlo; para los votantes, el rechazo a Zapatero. ¿No es simple?

A la vista de lo anterior no es extraña su situación actual. Durante la campaña ha intentado capitalizar toda la oposición al gobierno saliente. Después de sacarle todo el jugo posible a tan simple mensaje vuelve a comprobar, como era evidente, que así no se ganan las elecciones. Si ha conseguido votos anti-Zapatero, también ha aglutinado en este el voto anti-PP. Jugar al bipartidismo le deja y le dejará siempre insatisfecho, igual que a su electorado. Es apostar todo o nada, reducir España a dos bandos y así todo lo que no sea formar gobierno es ver a su enemigo gobernar. El líder del fracaso ha decidido jugar a centrista de diseño y sin ideas otra vez más y su derecha se le rebela y con razón. Estirar tanto un partido puede romperlo. Este caldo de cultivo para las ambiciones latentes en sus filas, sumado a la falta de democracia interna, crea un extraño juego de apoyos al líder que pueden resultar tan cerrados ahora como efímeros dos meses después. Unos, como Esperanza Aguirre por querer ser lo que son, la derecha, y creer en ello. Otros, como Ruiz Gallardón por vislumbrar la oportunidad de recoger los restos cuando el jefe Rajoy por fin caiga, el caso es que la oposición no lo es ante el Gobierno sino más bien ante sí misma.