La Historia ha mostrado diversas formas de conseguir que una sociedad entera adopte una actitud sumisa con el poder, que permite a éste perpetuarse sin apenas oposición interna. La más zafia y antigua es mediante la ostentación de la fuerza y el castigo, pero hay formas más sutiles.
Algunas creencias espirituales sostienen que el futuro de las personas es independiente de sus actos, estando así predestinadas. Otras prometen beneficios para quienes aceptan aquello que al individuo le trae el destino, generalmente penurias, como forma de perfeccionarse y alcanzar en una vida futura un estadio superior. En ambos casos, la pasividad ante la desigualdad y la injusticia juega a favor del poder establecido. Pero en la sociedad donde ahora nos encontramos, esos argumentos tienen un limitado eco. Nuestra modernidad hedonista nos hace sentir culpables de haber perdido los principios y las raíces. Ante estos vacíos, cobra especial fuerza el sentimiento de afiliación, aquello que hace sentirse seguro y aceptado a un adolescente cuando se integra en una tribu urbana. Viste como ellos, habla como ellos, ve con ellos y termina pensando como ellos. Parecido fenómeno se da en las sectas religiosas. ¿Se pueden utilizar estos mecanismos a gran escala para manejar grupos de población? En dosis limitadas, también lo utiliza la publicidad moderna. Nos presenta un modelo de vida donde se asocia el éxito con la posesión de determinado producto. Poco a poco, nuestros hábitos de consumo serán dirigidos una y otra vez.
En el siglo XX, el nazismo utilizó la creación de arquetipos humanos, según esquemas establecidos artificialmente desde el poder. Naciones enteras apoyaron disparates políticos, que una persona individual no manipulada vería casi sin duda como una insensatez. No consiguieron seducir a la totalidad de la población, pero sí a una parte muy activa. La mayoría de personas aceptaron el poder establecido hasta que no se sintieron demasiado atropelladas en su círculo íntimo. Las fuerzas vivas de la sociedad, por acción o por omisión, fueron cómplices con escasas excepciones.
Franco también nos dijo cómo debíamos ser, pero el régimen era del todo ineficaz en los métodos propagandísticos, ya que se admiraba todo lo que venía de fuera. Ahora nuevamente hay gurús que nos dicen cómo debemos ser. Deciden cuál es “nuestra” lengua y la de nuestros hijos y rebuscan cualquier asunto sentimental o material para magnificar la diferencia y levantar barreras que permitan crear tribu. En realidad ¿hay distancias tan grandes de unas regiones a otras? En una democracia moderna es superfluo y muy sospechoso que los poderes públicos intenten adoctrinarnos, más allá del abecedario básico de la convivencia, los principios del Estado de Derecho. El camino que está llevando el Estado de las Autonomías, iniciado con buena intención para acercar la administración pública al ciudadano, ya va por otros derroteros. Donde gobiernan los partidos más oportunistas se está fomentando la creación de arquetipos humanos propios, hablantes de lenguas impuestas, con exclusión explícita de la lengua común. Se manipula la formación escolar y se fomenta todo lo que permita cerrar la sociedad en sí misma. Se transmite una y otra vez la idea de que el buen ciudadano responde a un patrón específico de lengua (siempre) y muy a menudo de posicionamiento en todas las cuestiones que implican a la región (como nacionalidad por supuesto). Esto justifica la existencia de tantas televisiones autonómicas. ¿Cómo si no puede transmitirse un mensaje diferenciado para un colectivo que “debe” ser diferente? Tal vez no se trata tanto de provocar la diferencia, que también, aunque es cosa difícil dadas las pocas existentes entre los españoles, sino más bien de provocar la uniformidad entre la población local. Así se facilita mucho su gobernabilidad por un poder indiscutido, revestido de la legitimidad de ser el “propio”. ¿Qué mejor forma de justificar la propia existencia y mantenerse en el poder que crear una conciencia nacionalista “propia” y tutelarla durante años? En esta costosa y estúpida aventura estamos. Costosa por la coexistencia de demasiadas estructuras políticas pagadas por todos. Costosa porque complica e introduce barreras al libre comercio entre las regiones españolas. Costosa porque facilita la corrupción. Estúpida porque nos puede hacer perder lo que nos une: la libertad de expresarnos en nuestra lengua común, la igualdad de trato en toda España y la solidaridad entre todos nosotros.
A la facilidad de manipulación de amplios colectivos, se contrapone la dificultad de engañar la lógica y la razón de la persona, cuando ésta se enfrenta serenamente a las decisiones. Ello permite formular una apuesta a modo de solución: la recuperación de la individualidad crítica en lo político, sin fidelidades rancias y retomando el concepto de España como Estado de Derecho de una forma progresista y carente de prejuicios rancios también. Dicho de otra forma, que cada uno de nosotros reflexionemos un poco y tomemos el timón de nuestro futuro.
miércoles, 9 de julio de 2008
Manipulación social y libertad individual
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1 comentario:
muy bueno tu blog amigo, interesantisimo.
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