(Publicado en El Heraldo de Aragón 24/08/2008)
El sorprendente devenir actual de los partidos políticos mayoritarios puede que obedezca a una estrategia prefijada ... o puede que no. Erase que se era un partido socialista que decidió suplantar a los nacionalistas. Así, su discurso en cada región se volvió tan autonómico, tan identitario, que a quienes se sentían de izquierdas y a quienes deseaban evitar el regreso de la derecha se sumaron los votos de los nacionalistas pragmáticos, que optaban por el voto útil contra Rajoy. Como no podía ser de otra forma, ganaron las elecciones.
Erase que se era un partido popular que se empeñó en centrar la campaña en hablar de economía y de crisis. Fichó a Pizarro, sin duda un gran gestor, olvidando que los gestores no son políticos y que los españoles nunca votan por expectativas económicas. Se enfrentaron probablemente con el más endeble de los gobiernos que España ha tenido y sin embargo, perdieron. La reacción de los populares, en su línea de no acertar, consiste en desplazarse hacia un centro que tienen que disputar contra natura a quienes siempre les ganan. En esa ímproba labor que se auto imponen siempre les lleva ventaja un partido socialista que gana de goleada la batalla de la imagen a los populares, a los que parece darles vergüenza asumir la etiqueta de derecha moderna que buena parte de su electorado y de sus dirigentes desean lucir. Insisten en el bipartidismo y quieren ser más de la mitad del espectro político: desde la derecha hasta el centro, dejando fuera sólo a la izquierda. No pueden.
Más compleja es la situación creada en y por el partido socialista. El evidente éxito obtenido es de difícil gestión, ya que la deriva nacionalista es una huida hacia adelante que, de seguir, acabará por afectar al partido mismo. Si se consuma el reparto de poder en función del mapa autonómico-nacionalista, tanto en el Estado como en los partidos políticos incluido especialmente el dominante socialista, se perderá el control por parte de la estructura central. Será la consagración plena de los reinos de taifas, de las baronías regionales y de los PSC, PSGA, PSE, PSA, etc. como partidos independientes sin vinculación efectiva alguna entre ellos. ¿Es esto lo que busca el PSOE? Cabe también otra alternativa. Ahora que ha fagocitado gran parte del voto nacionalista, puede pactar una reforma de la ley electoral e incluso de la Constitución con el PP, que reduzca en el futuro la representación nacionalista en el Congreso. Así podría abandonar ese voto prestado sin perder escaños, retomar una política unitaria en todo el Estado y por ende neutralizar el poder de sus barones autonómicos. Esto puede incluso tornarse necesario para la supervivencia de un aparato central radicado en Madrid, autonomía en la que el giro nacionalista le ha costado perder el apoyo electoral. ¿Qué sentido tendría el PSOE en Madrid privado de todo control de sus sucursales autonómicas y condenado además allí a perder las elecciones? Semejante solución, por maquiavélica que parezca, no sería mayor giro que el que en su día dio sobre la OTAN, dando marcha atrás donde antes la dio hacia adelante. Además sería fácil de vender ante gran parte del electorado y seguramente dejaría por otra larga temporada fuera de juego al PP, que sin duda se prestaría dócilmente a la maniobra.
¿Qué nos deparará la legislatura? Nadie lo sabe. Pero lo que ya se ve es que el partido mayoritario de la oposición no controla al gobierno ni se muestra alternativa al partido que lo ejerce, sino que intenta mimetizar con él, celoso de su éxito. Y no lo olvidemos, al gobierno no lo votaron, ni muchísimo menos, todos los españoles. En fin, todo indica que necesitamos una cosa en la política española que apenas tenemos: oposición.
Erase que se era un partido popular que se empeñó en centrar la campaña en hablar de economía y de crisis. Fichó a Pizarro, sin duda un gran gestor, olvidando que los gestores no son políticos y que los españoles nunca votan por expectativas económicas. Se enfrentaron probablemente con el más endeble de los gobiernos que España ha tenido y sin embargo, perdieron. La reacción de los populares, en su línea de no acertar, consiste en desplazarse hacia un centro que tienen que disputar contra natura a quienes siempre les ganan. En esa ímproba labor que se auto imponen siempre les lleva ventaja un partido socialista que gana de goleada la batalla de la imagen a los populares, a los que parece darles vergüenza asumir la etiqueta de derecha moderna que buena parte de su electorado y de sus dirigentes desean lucir. Insisten en el bipartidismo y quieren ser más de la mitad del espectro político: desde la derecha hasta el centro, dejando fuera sólo a la izquierda. No pueden.
Más compleja es la situación creada en y por el partido socialista. El evidente éxito obtenido es de difícil gestión, ya que la deriva nacionalista es una huida hacia adelante que, de seguir, acabará por afectar al partido mismo. Si se consuma el reparto de poder en función del mapa autonómico-nacionalista, tanto en el Estado como en los partidos políticos incluido especialmente el dominante socialista, se perderá el control por parte de la estructura central. Será la consagración plena de los reinos de taifas, de las baronías regionales y de los PSC, PSGA, PSE, PSA, etc. como partidos independientes sin vinculación efectiva alguna entre ellos. ¿Es esto lo que busca el PSOE? Cabe también otra alternativa. Ahora que ha fagocitado gran parte del voto nacionalista, puede pactar una reforma de la ley electoral e incluso de la Constitución con el PP, que reduzca en el futuro la representación nacionalista en el Congreso. Así podría abandonar ese voto prestado sin perder escaños, retomar una política unitaria en todo el Estado y por ende neutralizar el poder de sus barones autonómicos. Esto puede incluso tornarse necesario para la supervivencia de un aparato central radicado en Madrid, autonomía en la que el giro nacionalista le ha costado perder el apoyo electoral. ¿Qué sentido tendría el PSOE en Madrid privado de todo control de sus sucursales autonómicas y condenado además allí a perder las elecciones? Semejante solución, por maquiavélica que parezca, no sería mayor giro que el que en su día dio sobre la OTAN, dando marcha atrás donde antes la dio hacia adelante. Además sería fácil de vender ante gran parte del electorado y seguramente dejaría por otra larga temporada fuera de juego al PP, que sin duda se prestaría dócilmente a la maniobra.
¿Qué nos deparará la legislatura? Nadie lo sabe. Pero lo que ya se ve es que el partido mayoritario de la oposición no controla al gobierno ni se muestra alternativa al partido que lo ejerce, sino que intenta mimetizar con él, celoso de su éxito. Y no lo olvidemos, al gobierno no lo votaron, ni muchísimo menos, todos los españoles. En fin, todo indica que necesitamos una cosa en la política española que apenas tenemos: oposición.
3 comentarios:
¿Como debería ser, para UPyD, la ley de lenguas de Aragón? Los aragoneses que no hemos "tetado" el castellano de pequeños sino la lengua de nuestros padres y abuelos (que también eran aragoneses) nos sentimos a veces identificados cuando desde vuestro partido se reivindica en otras regiones el derecho a la educación en la lengua propia y la no discriminación por razón de lengua. Sin embargo, en Aragón, esta discriminación se al revés, hace hacia nuestras lenguas y no hacia el castellano, que es la lengua que se impone como única. Si vuestro partido es coherente en todos los territorios, creo que tendremos una postura muy similar, pero lamentablemente, no
he oído pronunciarse a UPyD en el caso de las lenguas de Aragón. Ahora puede ser un buen momento para que los que vemos su opción con simpatía conozcamos su opinión.
Gracias y un saludo.
El PSA es el Partido Socialista de Aragón?
Me refería al andaluz.
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